Hoy cumplo 18 años. Hace ya meses que mis conocidos me van recordando que a partir de hoy, 15 de noviembre de 2016, ya podrán meterme en la cárcel. Yo me río, y respondo alegremente que también podré votar (a buenas horas, dicho sea de paso). A veces la otra persona responde con una carcajada y algo similar a “sí, también eso” o “ahí te veo”.

Pero otras veces la respuesta es un “ya te aburrirás, ya, como todos”, o alguna de sus variantes. Y yo respondo con una media sonrisa y un “no lo creo, la verdad”. Pero por dentro estoy repasando la lista de los familiares vivos y muertos de esa persona. Me hierve la sangre.

Parece que a mucha gente le da mucha pereza ir a votar. Mi abuela recorría, siendo una cría, seis kilómetros de ida y seis de vuelta cada día, hiciera el tiempo que hiciera, para ir a recoger un pedazo de pan que tenía que compartir con su hermano y su abuela. Debe de ser una tortura tener que ir cada cierto tiempo, cada mucho tiempo (demasiado, diría yo) a meter un papel en un sobre y el sobre en una urna.

Tal vez sería mejor, como le propuse al último que me dijo eso de que me aburriría, que reconstruyéramos la dictadura, ya sabéis, esa maravillosa época en que no teníamos que pasar por el suplicio de ir cada cierto tiempo, cada mucho tiempo (demasiado, diría yo) a meter un papel en un sobre y el sobre en una urna. Imaginaos la cara de esa persona. Brutal.

Yo no me aburriré de votar. No me cansaré. Y mucho menos dejaré de hacerlo. Antes escupiría sobre las tumbas de mis ancestros, y de todas esas personas que arriesgaron sus vidas, y en muchos casos las perdieron, para que nosotros pudiéramos votar. Porque la mayoría no lo hicieron por ellos, sino por nosotros, por mi generación, la que me precede y las que nos seguirán. Porque eran perfectamente conscientes de que ellos tendrían muy pocas probabilidades de verlo. Pero el sacrificio valía la pena. Todo para que hoy nos tiremos de los pelos por tener que ir cada cierto tiempo, cada mucho tiempo (demasiado, diría yo) a meter un papel en un sobre y el sobre en una urna.

Hay que ver lo estúpidos que somos a veces. Qué fácil es despreciar lo que otros han conseguido para ti, por ti, a cambio de sus propias vidas. Tenemos un regalo grandioso, que es poder elegir a nuestros representantes, y nos da pereza aprovecharlo. Y los representantes no son perfectos, nunca lo serán, son humanos y tienen muchos defectos, como el resto de los mortales. Pero en muchos otros lugares del mundo no tienen ni eso. Digo yo que esto es mejor que un tirano controlador y asesino de masas, que aniquila a todo aquél que no le lama el culo.

Hoy cumplo 18 años, y estoy muy orgullosa de decir que, por fin (mejor tarde que nunca, dicen), podré votar. Y que nunca me cansaré de hacerlo.